Arada en espinas
Yo soy
nada.
Durante
estas próximas horas,
soy un
objeto de ínfimo valor,
un
carrito de juguete con tres ruedas
y la
segunda revolución
en un
eje atorado,
unos
tatuajes en la pared
transmitidas
en la transparencia
del
bárbaro control mortal,
grafiti
de goma
girando
en torno
a una
macabra multa,
pagando
perpetuamente
la
cruel perspicacia humana.
Toma
las flores sobre la mesa
y
dispara a mi nada
un polvorón
de asbesto,
si por
más latidos
emanando
tántricas,
yo sigo
siendo nada.
Soy una
muñeca,
arrebatada
de su cuenta,
facilita,
de chola ausente,
gambó
sin ojos
con
hueco para tus dientes,
una sin
pupila,
atornillada
en tu poder,
ameritada
al abismo
de mi
efectuado doler.
No se
preocupe, espectador…
Reitero
nuevamente,
nosotras
muñecas no tenemos valor.
No
contamos con la vida
o
verdadera voracidad.
Solamente
nos giras
y nos
regalas flores,
anticipando
agradecimiento
porque
en silencio giramos
vueltitas
de princesita.
Yo soy
esa muñeca,
pero
desaparecidas mis piernas también.
Mi
inútil cabeza no subasta
para
acallar tu envidia,
adobada
en profunda violencia,
si es
que sin pensamientos
quizá
corriendo ande
sin
algún paso atrás.
Me has
amarrado las piernas,
divino
dueño,
no
cabiendo la menor duda
que insistente
aceleras
ante
desentendida huida,
ya que
no soy nada
y
pertenezco a ti.
Te
pertenece cada coyuntura,
cada una
castrada
de tu
irrevocable codicia,
el
tener una dominación
sobre
mi designio corporal,
cachivache
vehicular,
en modo
de deslumbrar
dama
extirpada
de dura
identidad,
arruinado
el seno
donde
fluía nutriente,
flotando
nota tuya
en
despotismo urente.
Inseguro
acto amoroso
de
tramo sollozo
derroca
una pisca de mi valor.
Refuerzas
un ramo de rosas,
“simbolismo
becqueriano”,
incrustando
en mi suculento vientre
las
espinas de tu insípido corazón.
Paga la
flora,
bonita tu
intención,
olvidando
que muñeca degollada
ni en
lo absoluto despojaría
de su santo
núcleo.
Yo no
soy de estaño
o de
oro delicado.
Seré yo
un objeto
en
estas restantes horas,
pero débil
eres tú, demonio,
creyendo
destituir mis atrios,
simulando
superioridad,
de
colonizar mis entrañas
con la
negra y viscosa baba
que
cursa en tus arterias,
hirviendo
entre tus penas
y
exhortando a mi universo,
aun rezumando
ello:
Yo soy
mujer.
Yo soy alguien.
Yo soy
magnífica.
Yo soy
fuente de agua.
Yo soy
voz, aclamando,
no entenderás,
al
pasar los minutos,
que
desencajada mi cabeza
nunca
estuvo;
con
nervios firmes
en mi
teta izquierda,
hemos
visto
firme
forma
para
que tú, villano,
siempre
pierdas.
Si
piensas haber arrebatado
mi
lengua en tus secas manos,
sabrás quién
ha perdido la cabeza
eres
tú, bandido,
con tu
simple y ambicioso imperio
de la emoción
escarbada.
Muñeca
no soy,
más bien
una rosa.
Los
colmillos enterrados
en mi apodado
sintético
se
limpian solos
en su
belleza habitual.
Polvorín,
carbón,
de pétalos
quemados
marchita
una flor,
liberada
en su robusto ardor.
Me he emancipado
sola,
no tú a
mí,
en la reunión
silenciosa
de tu fondo
en fin.


