¡Balas al aire!
El hombre acababa de despertar de un
sueño profundo, dándose en cuenta de las acciones climáticas de un día no sé
qué. Él, un tipo cualquiera, andaba
cubierto por una sábana gigantesca desde la boca hasta los dedos del pie, para
que así pudiera respirar en los rumores de un amanecer que siempre esperaba
ver. El sol le daba de comer, mientras
el añorado café despertaba un quinto de las ‘bendiciones perdidas’ por una
tragedia exagerada nunca sentida. Más
bien, el otoño se disfrazaba voluntariamente de un incandescente invierno, una emoción ahogada presentada en la superficie. Era ausente, apasionado, afligido
por la naturaleza que siempre lo complementaba. De vez en cuando, olvidaba su
propio nombre para que otros se lo recordaran.
Además, entre mentiras y espontáneas presentaciones con telón, pensaba en
una vida simple, complicada por cosas menudas, como averiguar nuevos métodos
para espantar el perro que cagaba todos los días en el patio, el saborcito
caribeño que le daría a la carne de hoy, la pintura de la pared que seguía
despellejándose los platos en halago de trastes, todo esto para olvidarse de los ‘muchos’
balazos que le llegaron a dar.
A este punto, ya se había levantado. Se lavó la boca, preparó el desayuno y leyó sobre la nueva crisis política informada por Tamarinda Tasaico, experta en notificar al pueblo de la más reciente nimiedad. Anteponiéndose, se exclamaba:
-
¡Qué buena brisita esta mañana!
Evidentemente, lo pensó. Nunca era capaz de hablarse a sí mismo luego
de haber criticado a tantos que hacían lo mismo. ¡Mira qué maravilloso! El hecho de que si todo el mundo estuviese dedicado a fertilizar la grama como lo hace el perro de la mañana, es probable
que él, angustiado y predilecto, consideraría su complicidad. No era el tipo de persona que plagiara el
movimiento cándido, sino que había dejado que tantas de sus lecciones
importantes en la vida volaran en cantos, que hasta la misma tez de su piel
abandonaba su color original para imitar el conocimiento adquirido en un día
normal. Raras veces se le vio salir de
la casa y, peor aún, no se había visto algún familiar vivo entrar en la casa
luego del luto de la esposa Doñuela. Nadie hablaba del asunto, si el don criaba el recuerdo de su difunta esposa mejor que pudo hacerlo con sus propios hijos, quienes ya ni molestaban en visitarle.
Ya estaba recostado en la sala,
oyendo una transmisión especial de la misa a las ocho, cuando escuchó el
rítmico toque a su puerta resquebrajada.
Abrió el portal de condenación. Penetrado por tres grados de
temperatura vistos jamás, las tres losetas milanesas de la entrada lloraban a ríos del calor. El suelo parecía un esqueleto roscado dentro de un volcán, como si la misma cónyuge habría de ser el fondo, una nostalgia fomentada entre rutina y sensaciones conformadas en ansiada muerte.
Abrió la puerta y vio a la
vecina. Momentáneamente, sintió la
explosión de hemoglobinas, su piel tornando al mismo color del pocillo llevado en
mano. Ella tenía los ojos marrones, pigmento
camaleón en la ascendencia y descensión esférica del sol. Llevaba dentro de
ella la clave para ser la mujer más pura del mundo, de revivir el espíritu del amor y hacer la perfecta mezcla de caramelo para un buen flan de queso. Antes de abrir, más, antes de leer las
tonterías de la frutilla glotona de la edición del día, percibió el olor a
diferencia, como si las nubes de ayer (o ni se acuerda de cuándo) habían dispersado
en pedazos. Sin duda alguna, era ella:
Cecilia Allante. Claro que lo era. No existía alguna otra criatura capaz de sentar las paredes, ni una gata
egipcia que volcara a faraones, princesa cistina castigando malhechores,
tal como era una farsa la idea que surgiera de polvo la mágica Celestina,
casualmente visitando con objetivo de combinar sabores completamente
opuestos. Mentía la ocasión como una
coincidencia sobre la faz de la Tierra, donde un pájaro auxiliaba el
desconocido, sin esperar nada más que un recíproco indicio de sentirse mejor.
Entonces, ella pronunció:
- ¡Buenas! Te espanté el perro mañanero y pensaba que
ojalá quisieras un canto del flan que cocí durante la fiesta de ayer. ¿Qué tal?
Sin pensarlo ni comprobarlo, el tonto anciano responde:
-
No. Vete a los de al lado. Tal vez ellos tienen hambre.
Le cerró la puerta lentamente, con
precoz sentimiento, en consideración del pie listo para frenar el golpe.
De momento, como si un niño hubiese agarrado uno de los juguetes dando revoluciones en una tienda desconocida, el
mundo paró de girar. Con el suspirado y practicado
“No” del vecino, los habitantes de la calle, más todas las avenidas conocidas
por hombre y corazón, retumbaron en sus sillas, como si la novela de las cuatro
hubiera acabado sin ninguna razón.
¡Balas al aire! Los otros vecinos
de la casa opuesta, adyacente, y las demás paralelas, en el instante cesaron toda insignificante actividad. No
solo les había entrado una corriente eléctrica desconocida, sino que a todos
les unió la simultánea necesidad de captar a uno y el otro por distintos
deseos, trampas del segundo, función en aire y cuándo fue que uno paró de ser un sin vergüenza.
En el tiempo una vez infinitamente vencido, desentrañaron el significado del amor, la patria, una sonrisa y la vida. Todo el vecindario había olvidado sus nombres, menos el de los mil millones flotando a su alrededor. Fueron encerrados en el cuarto de la extravía, sin saber de sí mismo mejor al otro que conocía. Por primera vez en la historia, cada uno recordó lo que había que recordar. No era el resultado de una vida que ganó, los labios resecados del beso esperado hace treinta años, antier, o el día en que botaste el abismo la persona que más querías ver. Era hoy. No existen palabras que expresen mejor por decir las acciones examinadas al vivir.
En el tiempo una vez infinitamente vencido, desentrañaron el significado del amor, la patria, una sonrisa y la vida. Todo el vecindario había olvidado sus nombres, menos el de los mil millones flotando a su alrededor. Fueron encerrados en el cuarto de la extravía, sin saber de sí mismo mejor al otro que conocía. Por primera vez en la historia, cada uno recordó lo que había que recordar. No era el resultado de una vida que ganó, los labios resecados del beso esperado hace treinta años, antier, o el día en que botaste el abismo la persona que más querías ver. Era hoy. No existen palabras que expresen mejor por decir las acciones examinadas al vivir.
Así, con una sencilla y sigilosa
observación de los ojos color tierra, el destino persiguió al tonto vecino, diciéndose:
<<A lo mejor iré al correo a
recoger la carta que he esperado hace mil cuatrocientas tasas... Tal vez cogeré una lancha para recordarme bien de casa... Solamente tengo por seguro algo: ni me cogerán
de loco viviendo una de estas de nuevo. >>
Acabando por ordenarse alguito en la panadería de la desgracia, la de la esquina, del dueño don Amigo Suyo, con el suave aroma a pan de agua y un nuevo plan de cruzar las tantas, le pidió la cuenta a la mesera Santa. Con su cabello color ardilla, nadie sabía que era cómplice de aquel día. Luego, sin importarle las mejillas rojizas y la sonrisa que iba de silla en silla, bajó el periódico de su vista, solo para encontrar un puño al pecho de ese maldito flan de queso. Atrapado en la maldita casualidad, esas que le devuelven las mariposas al pecho de uno, seco y flácido a voluntad de la desgracia, don Hombre se llevó a la boca un pedazo del flan de queso y, en audaz odisea amorosa, bravamente dio a abarcar.
Acabando por ordenarse alguito en la panadería de la desgracia, la de la esquina, del dueño don Amigo Suyo, con el suave aroma a pan de agua y un nuevo plan de cruzar las tantas, le pidió la cuenta a la mesera Santa. Con su cabello color ardilla, nadie sabía que era cómplice de aquel día. Luego, sin importarle las mejillas rojizas y la sonrisa que iba de silla en silla, bajó el periódico de su vista, solo para encontrar un puño al pecho de ese maldito flan de queso. Atrapado en la maldita casualidad, esas que le devuelven las mariposas al pecho de uno, seco y flácido a voluntad de la desgracia, don Hombre se llevó a la boca un pedazo del flan de queso y, en audaz odisea amorosa, bravamente dio a abarcar.
Entonces, el mundo volvió a girar…


