Necropsia en perros
Eres la
imagen de tu padre,
no de
alguien más.
Desde
la punta del primer pelo,
reina
una semejanza
de dos
iguales hombres,
ónice
derramando
en todo grosor
en todo grosor
como
canela y marfil
en
mortero y maja
tasando
las virtudes
de dos criaturas
sensuales
por
quemarse el pelo
y
cortarse los dedos
para
ti, Renata.
La
bóveda de dos sueños,
indefensa,
sostiene la frontera,
cima de
batalla eléctrica,
pulso y
dudas pendientes,
complejas
combinaciones
de la
posibilidad de ser
separada
por simple tradición.
Conservando
confundida enseñanza,
nado en
esta corriente,
la de
aislar al loco,
quien
acabó en elegancia
sangrando
a tu equivalencia.
Mis
ojos son luna invertida,
piel
velluda por miedo
a
contrastar tu cabello,
cóncavos
cachetes,
como sucumbiendo
a la
masculinidad,
oliendo
a aceite y sudor
y en
adición, la mártir lágrima mía.
Váyase
acompañado
a heredada, mugre aroma
a heredada, mugre aroma
el
rugido de mis llantos
sobre mutua incompatibilidad.
Compartimos
mucho,
pero en
nada un código
en que
gira el equilibrio.
Mi
nariz no es tuya.
Mis
caderas y mi tez
gratamente
enganchan
al seno
de mi madre.
Auxilia
la agilidad,
pero no
me espanta
nuestras
diferencias.
Abarco
en el cotejo,
acostarnos
en camillas
y
desaparecer entre sonrisas
con la
seguridad
de
haberme criado bien.
Nutriente
remate a luz,
rigiendo
vísceras de vicisitud,
incidentes
donde cansó la copia,
un tú
en mí,
y,
carajo, ¡soy alguien!
¡Quiero
vivir!
¡Aspiro
a fertilizar la borra,
si vos
va y la arroja!
Si mi
minuto para ti es
mutilación,
perfilaré
prudencia como pantallas,
derrocando
esos mitos
de que
un fruto pinta su racimo,
pollito
traga el gusano
y, por
costumbre,
supremo
de reyes,
¡usted me
ha salvado!
No te
plagiaré, hombre anónimo,
{padre
amado}.
Mantengamos
el lapso,
laguna
sin albañal,
apreciando
incómodos abrazos
donde
delicadamente olvidas
que soy
más alto que tú.
Olvidando
quién eres,
tu hijo
te retratará.


