Un poema de amor
Mi
poema de amor
comienza
así.
Entre
cuatro manos,
semejantes
raíces,
nace la
unión
de dos
terrenos,
consolidados
países
floreciendo
a son de gris
una
ansiada geografía.
Las
nubes dan
su vis
a vis,
cubriendo
en su manto
una uña
en pose virtual,
una luz
roja y gomosa,
con
frontera en aluvión,
nuestras
gotas de sudor
gritando
incesante
para
saltar la muralla,
malear
las auras,
sintetizando
causas
en
colisión carnal.
El
labio se esconde
en su
deseo embrión,
colocando
en su delicadeza
aquel
menguado miedo
de
albergar el dolor;
mente
infiltrando
antagónica
anestesia,
órganos
dormidos
como
llave reposando
en
dócil cerradura…
Cátodo
de confianza,
sabrás
cómo encajar
tras un
empeño en penetrar
mi
ahogado mundo,
flotando
al visible alcance,
incapaz
en el momento
de
sustancial comprensión,
pero
sin desalentar
en el
instante.
Impera
el intento
de
abrazar el vacío,
de
amarrarnos los brazos
y en un
segundo trazar
mi
aurora y tu asteroide
Hagamos
esto,
mirarnos
y perdernos
entre
aulli-maullidos,
valentía
entre sábanas,
bailando
como niños,
besando
como indios,
y tú
perseverando
en la
íntima morada
de mi
hermana luna;
rompe
mis paredes,
restállate
en mi respuesta
y sigue
descubriendo
mis
complejas entrañas,
fletando
en dudas
de
quiénes somos,
qué
queremos,
qué
tenemos,
desasosiego
de candor,
exclamando
yo, ingenuo, siempre:
¡Saca!
Elimina
y desplázate
por
otras tierras.
Permaneceré
infértil, caballero.
Tú
respondes:
Sembraré
mi mundo entero.
Y
tumbaste mi incólume cuita.


