Matarte


El arte retumba el valle de la realidad.
Dicen que libro alojado
en las raíces de una mano
cría tierra y asilo
para quien nunca ha vivido.
No atenciones aquel engaño, lector.
Materna arte
entrega de su propia piel, pluma y plumaje
un pedazo de su juicio,
la llave del saber,
lanzándote como guijarro de cristal
en el ahíto piélago de una jungla,
la selva donde finges pensar
que el tiempo no acabó por liquidarte.

Muerto estás y muerto estarás.
Muerto quedas si la luna te arropa en su deslumbrada cuna,
tan sencilla su trampa natal,
la de acogerte en presumida oscuridad
y en ti, inmaduro, inspirar inseguridad.

En las tinieblas,
dócil aceptas tu errónea pereza.
Intrépidamente eludes al sol,
por vía que aclamo yo:
¡Qué imprudente ha sido tu madre!
Ha arrancado de su propia carne
docenas de miles de enseñanzas
para darte las ganas de vivir,
escasas tal vez, pero de un pase
arrebatadas con alicate,
empreñadas con una intención
que solamente lleva nombre
de vientre en vano valor…
¡Difunta!
¡Estéril la ovación!
Desplumada, el arte de una prosa
se envuelve en palabrería.
Descuidada, la extracción de una moraleja
renuncia ante exquisitas mentiras,
perdiendo tú hasta luz de luna,
acomodadas entre vísceras
atisbadas de un cajón de herejía.

Esta letra me brinda esperanza.
Me convence que abrirán las puertas
de un antiguo bar,
donde juntos tú y yo
compartiremos pruebas de ideología
y de la insaciabilidad conocedora, ¡brotar!
Entallecerán entumecidas alas
de una animada amistad,
pluma en pluma, insignia grabada
de manifiesta reciprocidad.

El arte se sacrifica por ti.
Aprendemos juntos,
sentimos el pensamiento
rugiendo por nuestros ásperos nudillos,
dispuestos a golpear a puño limpio
la pista enajenada de la realidad.

No resistirás a mater.
Matarte, madre arte,
trasciende el aula de Bramante.
En vigor recae sobre mí
el aluvión de creencias,
maleándomelas como herramienta de Descartes.
Te trepas en mi cuero
como luminosa pulga,
y, por más que rasgue la costra
de mi cabello, jamás te aniquilaré.





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